miércoles, 24 de julio de 2013

Conozco formas menos dolorosas de morir



Se supone que hay 400000 grados pero mi piel de gallina y mis temblores no dicen lo mismo. Cojo todas las mantas que tengo e inevitablemente, la de Hello Kitty me produce cierta nostalgia. Me sube la temperatura, pero no de la forma que me gustaría. Mi rutina se resume en viajes de la cama al sofá y del sofá a la cama, interrumpida por el chute de pastillas sumadas a las ya habituales. Es curioso aparentar menos de 22 años y necesitar un calendario de todos los productos químicos que tienes que ingerir para no perderte. Se supone que no debo abrigarme y que tengo que tomar mucha agua y comer algo, para que mi estómago aguante todo lo anterior, pero mi garganta se pone en huelga y hace que comer duela más que nunca. En la soledad de mi cuarto recuerdo cuando era pequeña y lloraba mientras mi madre me colocaba pañitos mojados por todo el cuerpo. Nunca he tenido precisamente lo que se llama una salud de hierro. Me entran ganas de llorar, no sé muy bien si por lo insoportable del sufrimiento físico o por la impotencia de sentir que estoy perdiendo el tiempo cuando ya va quedando menos para ver lo que es verdad. No lloro porque tengo miedo de que también me produzca molestias. Me pesan los párpados e incluso cambiarme de camiseta es un reto, pues levantar los brazos cuesta casi tanto como levantar una barra de máximo peso (algo que, por cierto, nunca he hecho, pero intuyo que debe ser algo parecido). Evito los espejos por miedo a salir corriendo. Por suerte están las letras y las imágenes para salvarme. Creo que lo que tengo es preocupacion, de mi, de él y sobre todo del mundo :(


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